sábado, 20 de octubre de 2007

ensayo PATO DONALD......

Dentro del libro: “Para leer al pato Donald” encontramos como ideas principales lo siguiente: Walt Disney es una base de operación nacional; donde tanto se vocifera acerca del atropello, de la libertad de prensa, y nos dice que este es un grupo económico, en manos de financistas y filántropos del régimen anterior. Walt disney es una empresa reconocida en cualquier hogar sin importar clases sociales saben el significado de Walt Disney, los personaje s han sido incorporados a cada hogar, se cuelgan en cada pared , se abrazan en los plásticos y las almohadas y a su vez ellos han retribuido invitando a los seres humanos a pertenecer a la gran familia universal Disney mas aya de las fronteras y las ideologías, mas aca de los odios y las diferencias y los dialectos. Disney entonces es parte al parecer inmortal de nuestra habitual representación colectiva. Un magazín femenino chileno proponía, el año pasado que se le otorgara a Disney el premio novel de la Paz. La magia de Walt Disney consistió precisamente, en mostrar en sus creaciones el lado alegre de la vida. “Rico Mc pato es el millonario avaro de cualquier país del mundo que atesora dinero y se infarta cada vez que alguien intenta pellizcarle un centavo; pero quien a pesar de todo suele mostrar rasgos de humanidad que lo redimen ante sus sobrinos-nietos.

“Donald es el eterno enemigo del trabajo y vive en función del familiar poderoso. Tribilin inocente y poco avisado hombre común que siempre es victima de sus propias torpezas que a nadie dañan, pero que hacen reír.

Lobo y lobito es una obra maestra para enseñar a los niños a diferenciar el bien del mal, con simpatía, sin odio. Por que el mismo lobo feroz, llegada la oportunidad de engullir a los tres cochinitos, tiene cargos de conciencia que le impiden consumar sus tropelías.

El ratón Mickey, por ultimo, es el personaje que por antonomasia de Disney. ¿Quién que no se considere ser humano no ha sentido calar hondo en su corazón durante los últimos 40 años con la sola presencia de Mickey? ¿Còmo puede decirse que no es posible enseñar a los niños haciendo hablar a los animales?

Los juegos infantiles asumen sus propias reglas y código: es una esfera autónoma y extra social (como la familia Disneylandia), que se edifica de acuerdo con las necesidades psicológicas del ser humano que ostenta esa edad privilegiada.

Es evidente, por ende, que todo ataque a Disney significa repudiar la concepción del niño que se ha recibido como valida, elevada a ley en nombre de la condición humana eterna y sin barreras.

Hay anticuerpos automàgicos que enmarcan negativamente a todo agresor en función de las evidencias que la sociedad ha encarnado a la gente, en sus gustos reflejos y opiniones, reproducidos cotidianamente en todos los niveles de la experiencia y que disney no hace sino llevar a su culminación comercial. Un publico que opina y da su consenso según las enseñanzas implícitas en el mundo de disney y que ya ha organizado su vida social y familiar deacuerdo a ellas.

Ante todo pareciera ser que debido a la tan cacareada fantasía al la que Disney continuamente nos invita es menester cortar las raíces que pudieran atar a estos personajes a un origen terrenal. Se ha dicho que uno de los atributos mas encomiables de estos monos es su cotidianidad. La autoridad d el padre de nuestra sociedad se funda en último término.

Para leer al Pato Donald es un libro clave de la literatura política. Es un ensayo, tal como lo describen sus autores, los intelectuales chileno Ariel Dorfman y belga Armand Mattelart. Es un análisis marxista sobre literatura de masas, concretamente sobre la publicada por Walt Disney para el mercado latinoamericano cuya tesis principal es que las historietas de la factoría Disney no sólo serían un reflejo de la ideología dominante el de las clases dominantes, según los postulados del marxismo, sino que, además, serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología. Este libro pretende acercarse a la problemática cultural y política de América Latina desde diferentes presupuestos teóricos y discursivos. Tomando como excusa la llamada "comunicación para el desarrollo", este trabajo problematiza el nacimiento de una nueva conciencia crítica en el ámbito de la academia latinoamericana en las últimas décadas, que vendría de la mano con un reconocimiento de la cultura latinoamericana como un horizonte diferente y diferenciado de Occidente. Nociones como las del llamado "control cultural", así como algunas posiciones críticas de la realidad desde la misma modernidad, quieren echar luces sobre esta problemática cuestionando además la retórica del progreso y el desarrollo. Este libro no tiene que ver con el ya clásico de Mattelart y Dorfman, pues los ámbitos de lectura de la realidad y el Donald actual (si es que acaso existe alguno) distan mucho de ser los mismos. Aquí se enfrentan retos como la construcción de un horizonte simbólico propio para América Latina, el reestreno de una conciencia política activa en el continente, y la ubicación de los nuevos centros de dispersión discursiva donde la esperanza suele confundirse, pero nunca perderse. Reconstruir la ideología imperialista subyacente en las relaciones entre los personajes del cómic de Disney, comparadas con las propias condiciones de trabajo de los empleados de la compañía. Estos últimos quedan convertidos en trasunto de los indígenas y sobrinos de la historieta (Huey, Dewey y Louie). Para Dorfman y Mattelart, detrás de la máscara del mito Disney se esconde el mensaje propagandístico del imperialismo cultural, del capitalismo estadounidense y del mítico "American Way of Life." Según los autores, el conflicto maniqueísta entre los personajes nunca tiene una base social porque se han eliminado todas las formas de producción (material, sexual e histórica). Simplemente, se trata de representar la superestructura ideológica de una sociedad capitalista avanzada, cuyo único futuro posible es la supremacía del sector terciario (de servicios) como clase. A este efecto, las fuerzas históricas y el sector secundario o productivo quedan eliminados. Por el mismo camino, el Tercer Mundo acaba siendo un parodiado juguete del Primero, que importa--al mismo tiempo que los productos manufacturados--su sistema axiológico. Los cómics son realmente un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo han de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional. En definitiva, el cómic de Disney no es mero entretenimiento sino una burla explícita de las condiciones de dependencia y explotación de la periferia por parte de los centros de decisión, representados por el tío Scrooge McDisney. Es más: su objetivo final es promocionar el subdesarrollo. No obstante, la obra se ha criticado en múltiples ocasiones. Por Lo que intentan Dorfman y Mattelart es dejar intacta la estructura social de la burguesía y cambiar sólo el nombre de la gente a desempeñar la función, sobre todo con el espejismo del proletariado. Para leer al Pato Donald es un texto que parte de cosas que la gente ya conoce para enseñarnos a verlas de una manera diferente. Esto, porque los autores tomaron a Walt Disney como el símbolo de una cultura, de un modo de vida y de una concepción del mundo. Según Dorfman y Mattelart, "detrás de la máscara del mito Disney se esconde el insoslayable mensaje propagandístico del imperialismo cultural y capitalismo estadounidense". Entonces la idea es hacer consciente esa dependencia cultural y la desigualdad que esta ideología genera.

Concebido como un manual de descolonización, este libro lo que pretende o mas bien reconstruye la ideología imperialista subyacente en las relaciones entre los personajes de Disney. Para los autores ( Dorfman y Mattelart), detrás de la máscara del mito Disney se esconde el insoslayable mensaje propagandístico del imperialismo cultural, del capitalismo estadounidense y del mítico ´´American Way of Life´´. Así, las historietas de Disney, más que un entretenimiento infantil, son un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo han de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional. Cuando este libro fue publicado en Chile, hacía poco más de un año que la Unidad Popular había asumido el gobierno. En ese contexto, vino a perturbar una región hasta ese momento postulada como indiscutible. Los diarios de la derecha chilena lo leyeron inteligentemente: sus comentarios abandonaron las secciones bibliográficas y ocuparon un lugar en las de política; y la Asociated Press difundió un alarmado cable entre sus abonados del mundo. La indignada reacción de la derecha contra este texto tiene un punto de partida: las publicaciones de la línea Disney son universalmente aceptadas como entretenimiento, valor lúdico que corresponde a pautas permanentes de la ´´naturaleza humana´´ y que, por lo tanto, está por encima de las contradicciones sociales. Para la burguesía, el Pato Donald es inatacable: lo ha impuesto como modelo de sano esparcimiento para los niños. De ahí la trascendencia otorgada a este trabajo, donde lo indiscutible se pone en duda: desde el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, hasta el de mostrar como pensamiento natural la ideología que justifica el mundo creado a su alrededor. Donald es la metáfora del pensamiento burgués; es la manifestación simbólica de una cultura que articula sus significaciones alrededor del oro y que lo vuelve inocente al despegarlo de su función social.

No se trata de negar la industrialización masiva de sus productos: películas, relojes, paraguas, discos, jabones, mecedoras, corbatas, lámparas.
Más allá de la cotización bursátil, sus creaciones y símbolos se han transformado en una reserva incuestionable del acervo cultura del hombre contemporáneo: los personajes han sido incorporados a cada hogar, se cuelgan en cada pared, se abrazan en los plásticos y las almohadas.

Disney, entonces, es parte al parecer inmortalmente de nuestra habitual representación colectiva. En más de un país se ha averiguado que el Ratón Mickey supera en popularidad al héroe nacional de turno.


Los responsable del libro serán definidos como soeces e inmorales, aunque el mundo de Walt disney es puro, como archicomplicados y enredadísimos en la sofisticación y refinamiento mientras que Walt es franco, abierto y leal, miembros de una élite avergonzada mientras que Disney es el más popular de todos, como agitadores políticos (mientras que el mundo de W. Disney es inocente y reúne armoniosamente a todos en torno a planteamientos que nada tiene que ver con los interesas partidistas), como calculadores y amargados (mientras que Walt D. es espontáneo y emotivo, hace reír y ríe), como subvertidotes de la paz del hogar y de la juventud (mientras que W. D. enseña a respetar la autoridad superior del padre, amar a sus semejantes y proteger a los más débiles), como antipatrióticos (porque siendo internacional, el Sr. Disney representa los mejor de nuestras más caras tradicionales autóctonas) y por último, como cultivadores del “marxismo-ficción”, teoría importada desde tierras por “facinerosos forasteros” y reñidas con el espíritu nacional porque el Tío Walt está en contra de la explotación del hombre por el hombre.

Pero mas que nada, para expulsar a alguien del club Disneylandia, acusarlo (reiteradamente) de querer lavar el cerebro de los niños con la doctrina realismo socialista. Esto se relaciona con toda la problemática de la cultura de masas, que ha democratizado la audiencia y la popularizado las temáticas, ampliando indudablemente los centros de interés del hombre actual, pero que está elitizando cada vez más, apartando cada vez más, las soluciones, los métodos para estas soluciones y las variadas expresiones que logran trasuntar, para un círculo reducido, la sofocada complejidad del proceso.

Es esencial, por lo tanto, que lo imaginario infantil sea definido como un dominio reservado exclusivamente a los niños. El padre debe estar ausente, sin ingerencia ni derechos, tal como el niño no tiene obligaciones. La coerción se hace humo para dar lugar al palacio mágico del reposo y la armonía.

No es novedad el ataque a Disney. Siempre se lo ha rechazado como propagandista del “american way of life”, como un vendedor viajero de la fantasía, como un portavoz de la “irrealidad”. Sin embargo, aunque todo esto es cierto, no parece ser esta la catapulta vertebral que inspira la manufactura de sus personajes, el verdadero peligro que representa para países dependientes como el nuestro. La amenaza no es por ser portavoz del american way of life, el modo de vida del norteamericano, sino porque representa el american dream of life, el modo en que los EE. UU. Se sueña a sí mismo, se redime, el modo en que la metrópoli nos exige que nos representemos nuestra propia realidad.

Toda realidad puede entenderse como la incesante interacción dialéctica entre una base material y una superestructura que la representa y la anticipa en la cabeza de los seres humanos. Por ende, los valores, las ideas, las “visiones del mundo”, y las actitudes y comportamientos diarios que los acompañan hasta en sus gestos más mínimos, están articulados según la forma concreta en que los seres humanos se relacionan socialmente entre sí para poder producir y vencer la naturaleza. Es la necesidad de representar coherente y fluidamente en la cabeza y en las diversas prácticas emocionales y racionales humanas la base material que permite al hombre subsistir y desarrollarse. Desde el momento en que un ser humano se halla inserto en un sistema social determinado ­­y por lo tanto desde su gestación y nacimiento es imposible evadir esta necesidad de hacer y ser conciencia desde su materialidad. En toda sociedad, donde una clase social es dueña de los medios de producir la vida, también esa misma clase es la propietaria del modo de producir las ideas, los sentimientos. Por lo tanto, para capturar el mensaje central de Disney, es imprescindible preguntarse acerca de estos dos componentes es ese mundo de fantasía, porque de esta manera comprenderemos exactamente cuál es la forma en que se representa la realidad en ese mundo y de qué modo se puede relacionar esa ficción con la concreta existencia de los hombres, es decir, con su condición histórica inmediata. La forma en que Disney va a resolver el problema superestructura-base debe ser comparado con la forma en que se representa esta relación en el mundo cotidiano de los países dependientes. Las diferencias y semejanzas estructurales nos aportan la clave para enjuiciar críticamente los efectos que ese tipo de publicaciones tiene en una realidad subdesarrollada.

Disney es un mundo que desearía ser in-material, donde ha desaparecido la producción en todas sus formas (industriales, sexuales, trabajo cotidiano, históricas), y donde el antagonismo nunca es social (competencia entre bien y mal, individualidades más o menos afortunadas, tontos e inteligentes). Por lo tanto, la base material que existe en cada acción en nuestro mundo cotidiano concretamente situado no está presente para los personajes de Disney.

Tal como hemos observado, todas las relaciones en este mundo son de compulsión consumista y todos viven en la compraventa de ideas. La revista misma no escapa de esta situación: Disneylandia mismo nace al servicio de una sociedad que necesita entretenerse, es una industria de entretención, que nutre el ocio con más ocio disfrazado de fantasía.

Las ideas de disney resultan así producciones bien materiales de una sociedad que ha alcanzado un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas. Es una superestructura de valores, ideas y juicios que corresponde a las formas en que una sociedad post-industrial debe representarse su propia existencia para poder consumir inocentemente su traumático tiempo histórico.

1 comentario:

Lucio Avila dijo...

Trabajo revisado.

Lobogris.